El mundo se ha terminado para Gillian ahora que él la ha abandonado. Es cierto que una niña ha nacido de los dos. Pese a eso, ella no puede con el destrato social, con la soledad. Solo ve un océano de niebla, un abismo. La luz, sin embargo, aparece por accidente y decide iluminarlo todo.
En la Inglaterra de 1860, las fábricas ya comienzan a ser parte del paisaje y un símbolo de la modernidad. Sin embargo, la moral sigue siendo una forma antigua. Esa moral es la que condena a Gillian por ser madre soltera, por haberse entregado a los engaños de un hombre que faltó a cada una de sus promesas. Sin esperanzas, decide mudarse a otra ciudad y comenzar a trabajar como hilandera en una fábrica textil.
Su vida es monótona, nadie la conoce, se pierde entre los otros obreros del barrio fabril. Un accidente, sin embargo, la singulariza. Un hombre de recursos la atropella con su carruaje, le arruina los zapatos. Gentil, él la lleva a la casa, le regala un nuevo par, la visita, se preocupa por ella. Esa luz que se abre paso irrumpe de golpe en la vida de Gillian. Es el calor que quiere disipa